La doctrina Duartiana constituye el espíritu mismo de nuestro pueblo. Es una mezcla de sabias ideas políticas con prédicas religiosas, educativas, sociales y morales. Para el Padre de la Patria, la religión no fue ni hipocresía, ni tampoco demagogia. Para Duarte la religión fue un código de vida.
Tal y como señaló Leonidas García Lluberes: “Juan Pablo Duarte quiso que la cruz fuera en todo momento signo de fe, insignia de triunfo, égida salvadora, símbolo de redención.”
Monseñor Juan Félix Pepén, precisa: “Duarte fue, quizás sin saberlo, un místico por vocación y por práctica. Un hombre que hizo de cuanto don recibió de Dios, un instrumento de servicio a los hombres y a su Patria. Un varón en permanente comunicación, por los vínculos sutiles de la fe y el amor, con el Creador”.
En la medida en que el pueblo dominicano vuelva la cara hacia Duarte tendremos un ciudadano más puro, más sano de mente y corazón, más amistoso y empático social, más humano y respetuoso de sus deberes fundamentales. Por eso, la difusión de la doctrina duartiana, ahora y siempre, debe ser asumida por todos los sectores de la vida nacional.
La avaricia y la ambición desmedida por lo material, en los tiempos de la independencia como ahora, siguen siendo los principales males que corroen a la clase política.
Tu ejemplo de desprendimiento y desapego por lo material, cada día se hace más trascendente. Tal y como escribió el historiador Julio Genaro Campillo Pérez, TÚ eres “uno de los libertadores más inmaculados y menos ambiciosos” que ha tenido la historia de la humanidad.
¡Oh creador del sueño republicano!
En ti encontramos un pensamiento unitario y perdurable, con ausencia de contradicciones. Nos has aportado una doctrina sobre los valores ético-morales que constituye un legado atemporal y que tendrá vigencia siempre.
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